Pienso en lo fácil que es perderse cosas, si no estamos atentos.
Lo cierto es que todo está ahí y nos lo vamos perdiendo voluntariamente; porque queremos o no elegimos adecuadamente. Realmente sólo hay que fijarse un poco, detenerse, olvidar, observar y ser conscientes de que no sabemos si habrá mañana y este es el único momento que podemos tener con seguridad. Ahora. Vivir el ahora intensamente.
Todo en la vida tiene un precio, a eso nos han acostumbrado, así nos hemos educado. Pero no es cierto. Hay muchas cosas, gracias al Eterno, de un valor incalculable, que son impagables y coinciden, realmente, con ser las más importantes. Son esas cosas a las que el valor se lo ponemos cada uno, ese valor no material.
En esta época salimos, por ejemplo, al campo. El campo va cambiando de color de una estación a otra: de la primavera al verano, del verano al otoño hasta volver a comenzar el ciclo verdoso del invierno a la primavera. Llega la cosecha del cereal y todo se cubre de un color dorado, áspero, pero brillante. Nace la hierva y la tierra se cubre de un manto verde que brilla con esas gotas de escarcha en el amanecer.
En el campo, encontrar la belleza es tan fácil como detenerse y sentarte sobre las piedras de una linde a contemplar el anochecer.
En el campo, encontrar la belleza es tan fácil como detenerse y sentarte sobre las piedras de una linde a contemplar el anochecer.
Cuando el rojizo del sol se confunde con la tierra, comienzan a aparecer, bailarinas en forma de estrellas, resplandecientes y envueltas en un azul oscuro que avisa de la llegada de la noche.
Vivir un momento así no tiene coste alguno. Está al alcance de todo aquél que desee disfrutarlo. Es de tal valor que si tuviésemos que ponerle un precio, no seriamos capaces de calcularlo.
Es un derroche de vida, de silencio, de esencia humana en conexión con la naturaleza, con la tierra, con la vida.
Por eso, debemos recordarnos constantemente lo fácil que es recuperar lo esencial.
Contemplar el nacimiento de los primeros frutos del huerto: ese primer tomate adelantado, los primeros racimos de la parra, los higos, los almendrucos que hacen doblar las ramas del almendro por el peso. Todo se convierte en belleza si eres capaz de observarlo, de vivir el instante, de agarrar lo bello.
Ser capaz de sentir, también, la sonrisa del abuelo y el nieto, de los padres; ese cantar de los pájaros que convierten en música sus diálogos.
Disfrutar corriendo, o paseando, por esos caminos que queremos imaginar llevan a no se sabe dónde. Escuchar la naturaleza mientras caminamos o descubrir esa flor entre las hierbas.
Eso, simplemente, es la vida.
Como la vida es el sol, la luna, las estrellas, el cielo y el campo que aquí toman formas diferentes porque los veo diferentes. Los veo como yo quiero verlos.
Y es que todo depende de cómo miremos las cosas. Encontrar la belleza en lo simple, produce un efecto emocional bien distinto al que produce comprar la belleza, o eso que creemos bello, en un instante.
El instante que se compra, desaparece, no deja poso. El instante puro, como éstos, esos que encontramos sin buscar, permanece siempre.
La belleza se encuentra en cualquier parte, en cualquier cosa, en cualquier gesto: en una canción, en un susurro, un poema o, simplemente, sintiendo el acariciar del viento. Es querer.
La belleza se encuentra en cualquier parte, en cualquier cosa, en cualquier gesto: en una canción, en un susurro, un poema o, simplemente, sintiendo el acariciar del viento. Es querer.
Y por cada instante, no olvidemos dar gracias al Eterno. Vivir es un privilegio, desperdiciar vivir es de estúpidos.
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