miércoles, 4 de junio de 2014

'Cómo vivir la Vida' por Enrique Rojas




LA VIDA es la gran maestra, enseña más que muchos libros. Píndaro decía: «Atrévete a ser tú mismo». Vivimos tiempos de extravío. Veo mucha gente perdida en lo fundamental, desorientada, flotando sin saber bien hacia donde dirigirse. El mundo está terrible como siempre y apasionante como nunca. Ardiendo y fascinante. La coreografía se mueve en el escenario de la Historia actual como una amalgama de hechos e intenciones, luces y sombras en donde se mezcla lo bello y lo que repudia, hay admiración y desdén. Como en la fábula de Iriarte nos preguntamos: «¿Son galgos o son podencos?». En el parque jurásico de la vida moderna encontramos de todo. Entramos en el polígono industrial de un mundo que ha cambiado más en 20 años que en un siglo. En la sociedad de la información, donde cada vez tenemos mas noticias pero menos gente con formación, que es criterio, saber a qué atenerse e interpretar bien la realidad en su complejidad y en sus conexiones. Voy a desmenuzar cada una de las distintas etapas de la vida –infancia, pubertad, adolescencia, primera juventud, madurez y tercera edad– dando unas pinceladas sobre lo más interesante que circula por ellas. 


La infancia es un periodo decisivo donde se lleva la palma la relación madre-hijo. El niño va descubriendo la vida de forma gradual y progresiva. La primera exploración que hace el niño es a través de la boca: ésta se convierte en el primer elemento para contactar con la realidad. Las mucosas bucales van a ser la primeras en explorar la realidad que está fuera de él. Con seis, siete u ocho meses el niño ya gatea y enseguida empieza a andar. Son los primeros atisbos de libertad. Cuando el niño tiene año y medio maneja 40, 50 o 60 palabras, con tres años 1.000 palabras. En ese espacio de tiempo se ha producido un aumento exponencial del lenguaje. Nombrar las cosas es apoderarse de ellas. El lenguaje es anterior a la gramática. 


El progreso del niño se hace de forma secuencial, pero es impresionante y se suceden distintos momentos en él: la edad del sueño; la edad del juego, que se acompaña de la sociabilidad: el niño empieza a relacionarse con otros… y aparece la fase personalista (yo, mi, mío…) , la edad de la obstinación (el niño quiere hacer su voluntad y que los más cercanos se inclinen en esa dirección), viene después la entrada en el jardín de infancia y en la escuela, que es decisivo. Entre los seis, siete u ocho años viene la comprensión analítica y el pensamiento conceptual. Pero tengo que decir que casi todo está en la infancia. Esto quiere decir que si un niño ha crecido en un ambiente afectivo y educativo adecuado, va a salir de ella fortalecido. Viene la edad de las preguntas (¿eso qué es?, ¿para qué sirve?). El niño se vuelve una especie de filósofo incipiente. La fase escolar se extiende desde los seis a los diez o doce años. Asiste a importantes cambios físicos y psicológicos. La imaginación y la fantasía asoman en primer plano de su conducta. Y la visión de perfiles borrosos que tenía hasta ese momento se va haciendo mas nítida y mejor dibujada. Su visión de la realidad va a ser cada vez mas objetiva. Es fundamental la colaboración entre escuela y familia. Una buena educación familiar debe descansar sobre esta tetralogía: 1. Presencia simultanea del padre y de la madre. 2. Comunicación afectiva centrada en sentimientos positivos de amor y ternura. 3. Transmisión de valores vividos por los padres: uno es lo que hace, no lo que dice. 4. Tener una disponibilidad socioeconómica suficiente. 


La pubertad se extiende en las chicas de los 10 años a los 14 y en los chicos de los 12 a los 17. Va desde las primeras manifestaciones de la maduración biológica o corporal hasta el final de la misma. Y aparece la capacidad de generación: la primera menstruación en las chicas y la primera eyaculación en los chicos. Es la denominada edad del pavo. La pubertad es la antesala de la adolescencia. 


La adolescencia es el periodo de la formación de la personalidad. Es complicado señalar el límite cronológico de la adolescencia con la primera juventud. Su contorno es borroso, desdibujado, etéreo, de perfiles imprecisos, zigzagueantes y desiguales, y se ponen de pie las cuatro piezas de la maduración: física, psicológica, social y cultural. La madurez física es un proceso natural. Que va en la chicas de los 15 a los 20 y en los chicos de los 17 a los 23, aproximadamente. Hoy se ha alargado la adolescencia en los chicos por motivos de índole muy diversa… y uno se encuentra con chicos de 23 o 24 años que son auténticos adolescentes. 


La madurez psicológica hace referencia a la madurez de los sentimientos, a la intelectual, a la de la voluntad y a la de la vocación profesional. La madurez afectiva es una dimensión clave y consiste en descubrir los sentimientos y emociones y saber gestionarlos de forma correcta, incluyendo a la sexualidad dentro de ese perímetro. La madurez intelectual debe apuntar a que el joven aprenda a utilizar los instrumentos de la razón. El orden es uno de los mejores amigos de la inteligencia. Aprender a pensar, desarrollar espíritu crítico positivo, dar argumentos y descubrir el sentido de la vida. La madurez de la voluntad es decisiva, ya que ella es la joya de la corona de la ingeniería de la conducta. Tener voluntad es ser capaz de diseñar objetivos concretos, bien delimitados y poner todo el esfuerzo posible para irlos alcanzando. La vocación profesional consiste en ir descubriendo las preferencias personales y qué quiere cada uno ir haciendo con su vida en relación con el trabajo. Aquí debemos destacar dos tipos: los que tiene una vocación definida y saben lo que quieren y aquellos otros que no tienen claro qué quieren hacer con su vida y necesitan de consejeros operativos. Y finalmente dentro de la madurez psicológica un apunte sobre la madurez de la personalidad. Este apartado es decisivo y aquí debo subrayar la enorme importancia de tener modelos de identidad sanos, atractivos, sugerentes, que nos arrastran a seguir en esa dirección. 


La madurez social significa la capacidad para tener un buen nivel de contacto interpersonal: adquirir habilidades sociales, tener recursos para la comunicación, conocer las reglas del juego social, evitar el miedo al qué dirán, luchar por ir metiendo en el comportamiento personal la naturalidad, no buscar la aprobación de los demás, evitar el victimismo, saber pedir consejo, seleccionar bien a los amigos. 


Cuando eres joven estás lleno de posibilidades, cuando eres mayor estás lleno de realidades. Son dos notas claves de la biografía, posibilidades frente a realidades. El adolescente no está hecho para el placer, sino para el heroísmo y van apareciendo de una forma sigilosa pero rotunda los cuatro grandes argumentos de la vida, abriéndose paso entre masas de pensamientos: amor, trabajo, cultura y amistad. Y cada uno enseña el paisaje que se esconde en su interior. 


EL AMOR es la poesía de los sentidos, la inteligencia es la nitidez de la razón. Ahí entra la importancia de la educación. Educar es introducir en la realidad con amor y conocimiento. Educar es enseñar a pensar, mientras que la cultura es enseñar a vivir. Educar es convertir a alguien en persona. Educar es seducir con los valores que no pasan de moda. Aquí entra la importancia de los padres. Un buen padre vale más que cien maestros. Una buena madre es la mejor universidad doméstica. Porque quien sabe querer sabe exigir. 


La primera juventud va desde los 25 años a los 35, o mejor decir a los treinta y tantos largos. Aquí se consolidan los grandes argumentos del proyecto de vida antes mencionados. El trabajo profesional y la vida afectiva llevan la batuta. La juventud no depende de los años, sino de la ilusiones por cumplir y ya se juntan la cultura y la amistad. La cultura es libertad, el privilegio del conocimiento vivido. La cultura es lo que queda después de olvidar lo aprendido, es la memoria del tiempo. Hay que pasar de la cultura del éxito (que es un gran error) a la cultura del esfuerzo (que es la más acertada y descansa sobre el orden, la constancia y la voluntad). 


La madurez sucede de los 40 años en adelante. Ya hay balance existencial: haber y debe. Y cada segmento de nuestra travesía echa una mirada hacia atrás sobre cómo han ido las cosas. Hacemos cuentas con nosotros mismos. Salen a la palestra los grandes asuntos de la vida que son analizados aunque nos resistamos porque están ahí. La madurez es serenidad y benevolencia. En esa época de la vida hacemos inevitablemente balance existencial: haber y debe; y cada segmento de nuestra travesía rinde cuenta de su viaje. Surgen los grandes asuntos de la vida y les pasamos revista. Muchas veces las cuentas no salen. Es fundamental reconciliarnos con nosotros mismos y tener la nitidez de saber que la vida no va bien sin buenas dosis de olvido. Cada uno necesita reconciliarse con su pasado. 


La tercera edad tiene igualmente una cronología compleja ya que la expectativa de vida ha crecido en Occidente de forma extraordinaria. Pero lo que es indudable es la disminución de las capacidades físicas, psicológicas y sociales que dan lugar a un gran cambio en la persona. Lo que sí me gustaría dejar claro es que uno se hace viejo cuando sustituye sus ilusiones por sus recuerdos. O dicho de otra manera, cuando uno empieza a mirar más hacia atrás que hacia delante. Y aquí es bueno evitar tres males: la excesiva soledad, la inactividad y la rutina. Hay que preparar bien la jubilación para que no sea algo brusco, ni un giro de 180 grados. Y afrontar la muerte con visión sobrenatural, es decir, tener claro que el animal termina, pero el hombre no muere. 

Si los años arrugan la piel, carecer de ilusiones arruga el alma. Decía Cervantes «la felicidad no está en la posada, sino en medio del camino». Ser feliz es poseer lo que uno desea. Y lo mejor es no desear demasiadas cosas y no equivocarse en las expectativas. 

Enrique Rojas es catedrático de Psiquiatría y autor del libro Vive tu vida. (Ed. Temas de Hoy).

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