lunes, 9 de marzo de 2015

Ocho actitudes comunes que distinguen a las personas amargadas...

Por Alba Ramos Sanz

Amargarse y no hacer nada es mucho más sencillo que enfrentarnos a la negatividad y solucionar nuestros problemas, pero también mucho más perjudicial para nuestro yo individual y social.



“No sirvo para nada”, “todo me pasa a mi” o “no puedo tener más mala suerte” son algunos pensamientos negativos que de vez en cuando nos rondan la cabeza. Desde luego que todos podemos tener un mal día, pero sumergirnos en ellos sin intentar mirar el lado positivo de las cosas deriva en una vorágine de tristeza, antipatía y desánimo que a la larga no nos hace daño más que a nosotros mismos. 

Amargarse y no hacer nada es mucho más sencillo que enfrentarnos a lanegatividad y solucionar nuestros problemas, pero sin duda también muchísimo más perjudicial para nuestro yo individual y social.

Múltiples estudios han demostrado que los sentimientos de tristeza crónicos pueden afectar negativamente a nuestra salud, felicidad y bienestar. Aprender a detectarlos –tanto en nosotros mismos como en las personas que nos rodean– y saber cómo eliminarlos es una tarea que requiere un esfuerzo por nuestra parte pero que en ningún caso es imposible.

El profesor Preston ni se plantea en Psychology Today cómo podemos gestionar las ocho actitudes negativas más comunes para poder diferenciar entre la confianza en uno mismo y el miedo al fracaso y ser capaces de dominar el victimismo para ser capaces de salir –o sentirnos– victoriosos ante las derrotas. 






Dejarnos dominar por el miedo al fracaso y el victimismo nos hace infelices. (iStock)

1. Mensajes autodestructivos

Tener charlas con uno mismo es estupendo para colocar sentimientos e ideas en nuestra cabeza, pero si la conversación se centra en destruir nuestra moral a través de automensajes sobre lo zopenco que eres y lo terriblemente malque lo haces todo –cuando lo haces, que el castigo también puede venir precisamente de dejar que te coma la desidia– apaga y vámonos, que se suele decir.

¿Te has escuchado a ti mismo un “no puedo”, “no soy lo suficientemente bueno” o “no tengo lo que se necesita”? Acalla esa voz interior proveniente de El Mal porque si los mensajes que nos enviamos a nosotros mismos reducen nuestra confianza, disminuyen nuestro rendimiento, acaban con nuestro potencial y, en última instancia, sabotean cualquier posibilidad de que triunfemos, son charlas contraproducentes.

Como explica el profesor Ni, igual que un amigo no te estaría repitiendo constantemente que “no eres lo suficientemente bueno” o que “vas a fracasar”, autobombardearte con estos mensajes “te convierte en tu peor enemigo y detractor”. 

Autobombardearte con mensajes como "vas a fracasar" te convierte en tu peor enemigo y detractor

2. Pensar que lo vas a hacer mal

Una forma predominante del pensamiento negativo es hacer un balance de una situación o una interacción y anticiparnos con la idea de que saldrá mal. “Para muchas personas, esta actitud de ver el vaso medio vacío es habitual y automático”, comenta el profesor y coach profesional quien añade que “la forma en la que nos relacionamos con las circunstancias es la que hace que una experiencia sea positiva o negativa”.

Esta elección instantánea puede hacerte más fuerte o más débil, más feliz o más triste, seguro de ti mismo o una víctima acabada. No hay por qué vivir en el país de la piruleta, algunos imprevistos de la vida pueden resultar incómodos, pero no hay por qué hundirse: ¿Se ha pinchado la rueda del coche en mitad de una granizada? Ya has aprendido a usar el gato. Eso que te llevas. 

3. Las comparaciones nunca fueron buenas

Una de las maneras más sencillas y comunes para sentirnos mal es compararnos desfavorablemente con los demás. Claro que nunca lo hacemos con los considerados “iguales” sino que tenemos tendencia a hacerlo con “los que tienen más triunfos, parecen más atractivos, ganan más dinero o presumen de tener más amigos de Facebook”, comenta el profesor.

Cuando nos vemos a nosotros mismos deseando tener lo que otro tiene y nos sentimos inferiores, “estamos teniendo un momento de comparación social negativa” explica Ni. Corta de raíz las envidias –no, no existe la “sana” por mucho que te lo repitas– porque estas comparaciones “derivan en estrés, ansiedad, estados de depresión y la toma de decisiones autodestructivas”. ¿Merece la pena?

Compararnos constantemente con personas a las que les va mejor que a nosotros termina por amargarnos. (iStock)

4. La idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor

“Debemos aprender del pasado pero no sentirnos atrapados por él”. Pensar constantemente que has tomado el camino equivocado y que aquella decisión es la culpable de que ahora te encuentres en estas circunstancias. Sumergirnos en el pudo ser y no fue no conduce más que a la autoflagelación mental sobre algo que ni siquiera sabemos si realmente habría salido tal y como nuestra mente negativa nos relata. No sabemos si habría sido mejor, sólo lo que tenemos ahora mismo, y depende de nosotros afrontarlo con una u otra actitud. 

Hay que saber reconocer las nuevas oportunidades: “A veces el primer paso es simplemente romper con el pasado y declarar que eres tú, no tu historia, quién está al mando” recomienda Ni. 

5. La culpa de (todos) mis problemas es de los demás

La mayoría de nosotros nos encontramos con personas complicadas en nuestras vidas: manipuladores, desafiantes, narcisistas, mentirosos... Lo más sencillo es pensar que ellos son los culpables de nuestros problemas y nosotros somos las víctimas, pero, como explica el profesor, “esta actitud, aunque justificada, es reactiva y por lo tanto nos autodebilita”.

Sumergirnos en él pudo ser y no fue no conduce más que a la autoflagelación mental 

Hay muchas habilidades y estrategias que se pueden utilizar para mantenerse al margen de estos individuos, empezando por valorarnos a nosotros mismos y ser capaces de discernir en qué medida hacen uso de su naturaleza manipuladora para sentirse superiores a nosotros haciéndonos sentir más débiles. 

6. El victimismo como modo de vida

En relación con la anterior, la actitud victimista de hacer responsables de nuestras desgracias a los que nos rodean puede resultar sencillo y satisfactorio a corto plazo pero a la larga, como dice Ni, “perpetúa la amargura, el resentimiento y la falta de poder de decisión y actuación ya que la víctima sufre de lo que Henry David Thoreau llamó ‘silenciosa desesperación’”.

Estos sentimientos no va a ayudarte a ser más feliz ni tener éxito, sólo a llenarte de resentimiento, envidias y desarraigo. ¿Merece la pena ser siempre la victima?


Ir de víctima y culpar a los demás de todos nuestros problemas es lo más fácil, pero tiene serias consecuencias... (iStock)

7. Regodearse en la culpa

Todos nosotros cometemos errores en la vida. Cuando uno mira hacia atrás en sus actos pasados, tal vez hubo decisiones y acciones de las que pueda arrepentirse y es posible que hayan causado daño tanto a uno mismo como a otros.

“Recordar estos sucesos pasados puede hacer que nos acompañe el sentimiento de culpa por los errores cometidos, el daño causado o la pérdida de oportunidades”, comenta Ni, lo que derivará en sentirse mala persona y regodearse en la culpa.

Pero, como decíamos en el punto cuarto, no tiene sentido estar dándole vueltas a lo que pasó, lo importante es aprender de los errores y ser conscientes del daño que se pudo hacer para evitar que se repita.

Lo importante es aprender de los errores y ser conscientes del daño que se pudo hacer

8. El miedo al fracaso y a cometer errores

El miedo a los errores y a fracasar se asocia con el perfeccionismo: “Pensar que no eres lo suficientemente bueno en algunos aspectos puede ocasionar una tremenda presión sobre ti mismo para conseguir el éxito”, comenta el profesor.

Ponernos metas y tratar de alcanzar objetivos es importante para estar motivados, pero esperar ser perfectos, conseguirlo todo a la primera y hacerlo sin ningún fallo es prácticamente imposible y, por lo tanto, es absurdo exigirnos tanto si no queremos acabar con el ánimo por los suelos y amargados por nuestros fracasos.

Múltiples estudios han demostrado la correlación entre el perfeccionismo y la infelicidad, y es que simplemente ser perfecto no es humano.

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