Desde: Cuando el Silencio Me llama.
Nos duchamos todos los días porque si no lo hacemos, lo normal, es que nuestro aspecto y olor corporal vayan a peor. Quiere decir que necesitamos hacerlo diariamente porque no nos dura esa sensación de limpieza que acompaña nuestro mejor o peor aspecto.
Con la motivación ocurre exactamente lo mismo. Nos levantamos motivados un día, a lo mejor nos dura un par de ellos o, con suerte, una semana. Pero luego debemos volver a motivarnos.
La palabra motivación deriva, como imagino todos sabeís, del latín motivus o motus, que significa ‘causa del movimiento’. La motivación puede definirse como «el señalamiento o énfasis que se descubre en una persona hacia un determinado medio de satisfacer una necesidad, creando o aumentando con ello el impulso necesario para que ponga en obra ese medio o esa acción, o bien para que deje de hacerlo».
Hay autores que definen la motivación como «la raíz dinámica del comportamiento»; es decir, «los factores o determinantes internos que incitan a una acción».
En psicología y filosofía, la motivación implica esos estados internos que nos dirigen el organismo hacia metas o fines que determinamos; impulsos que nos mueven realizar determinadas acciones y persistir en ellas para su culminación. Por eso se relaciona también con la «voluntad» e «interés».
La motivación es esencial en nuestro día a día; en la vida, con todo lo que ello engloba, ya sea en el ámbito familiar, en el trabajo o en el meramente personal.
A cada uno nos motivan temas o cosas diferentes, pero todos vivimos con una determinada motivación o un cúmulo de ellas: la familia, el dinero, el saber, el estar, el poder.
La motivación, por tanto, puede ser necesidad, ya sea absoluta, relativa, de placer o de lujo. Quiere decir que cuando estamos motivados, cada uno de nosotros consideramos que eso que nos altera o entusiasma es imprescindible. Por lo tanto, según algún autor, y yo defiendo, nuestra motivación genera una acción que trata de satisfacer una necesidad.
Existe una teoría clásica, la de la jerarquía de necesidades de Maslow, que precisamente deja patente cómo existe una estructura piramidal de aquellas que son las que contribuyen de la mejor manera a motivar a una persona en cuestión.
Según José Antonio Marina "es la voluntad es la decide la acción. En el otro, es la motivación la que explica el comportamiento."
La motivación es fuerza, impulso o energía para hacer.
Y muy unida a la motivación, formando parte de esa acción, está la emoción.
Últimamente se habla mucho de las emociones. Incluso yo he escrito ciertas reflexiones sobre lo que significa la emoción para una persona.
La emoción nos provoca ilusión y la ilusión nos hace creer y caminar para llegar a ser, estar o tener aquello que en el inicio nos ha provocado esa emoción. La emoción nos anima o desanima, nos motiva o desmotiva. Por eso estar motivados depende, la mayoría de ocasiones, de nuestras emociones.
Yo soy una persona de emociones. Me emociono por todo: por mi familia, por mis amigos, por un proyecto nuevo, por la literatura, por la política, por la música y el deporte.
La vida me provoca emoción y reconozco que estar emocionado me hace vivir.
Me pongo retos que me hacen emocionar y al emocionarme suelo creer en aquello que hago, lo vivo con pasión y entrega hasta conseguir llegar a la meta. No busco el éxito en lo que hago, de hecho en muchos de los proyectos que inicio suelo fracasar pero, de esos fracasos voy aprendiendo y cogiendo fuerzas para el siguiente reto.
Todos deberíamos emocionarnos por algo, por lo que sea. Vivir emocionados es vivir ilusionados, vivir motivados. La emoción es creer y, normalmente, por aquello que se cree se trabaja, se camina, se lucha hasta el final.
Vivimos o formamos parte de una sociedad emocionalmente compleja. Las emociones cada vez son más individualistas y menos solidarias. Es complicado y triste, diría yo, comprobar cómo nos cuesta emocionarnos por proyectos comunes, globales, mientras solemos hacerlo por cuestiones más o menos individuales.
Somos una sociedad muy individualista.
Es verdad que para emocionarse siempre, como he dicho, es necesario creer. A veces creer no es fácil, sobre todo cuando las cosas parecen imposibles. Pero lo cierto es que nada será real si no creemos en ello y aunque creamos, muchas veces, puede que no lo consigamos pero... ¿y esos momentos de felicidad que te ha generado la emoción? No tiene precio.
Vivamos emocionados, emocionemosnos y nuestra vida cambiará de color.
Vivamos la emoción positiva.
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